c | Las Culturas Condenadas C o m p il a c ión d e Au g u s t o r o a b a s t o s, 2011 |
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| | | y amigos los infieles, estándose con ellos muchos meses, de loque resulta el que tal vez no vuelven a la reducción. También losinfieles frecuentan ésta a menudo, particularmente cuando los reducidos tienen qué comer: entonces se llena la reducción de infieles, y en consumiendo lo que hay, se retiran, llevándose consigoa muchos de los cristianos.” El procedimiento era perfectamenteracional y los aborígenes también lo justifican racionalmente:“Dijo que la cortedad de sus terrenos y la inmediación a los montes, donde encontraban lo necesario para su alimento, juntamentecon no estar habituados al trabajo, eran los motivos que distraíande la reducción a los reducidos; y que los infieles, aunque todosdeseaban ser cristianos, viendo que no tenían qué comer en lareducción, no querían venir a ella, y que solo se acercan por allícuando saben que hay qué comer... y que solamente que se lesdiese terrenos buenos en otra parte, se conseguiría el aumento dela reducción.” No se puede formular con mayor claridad la quees una de las causas principales del fracaso de la política que seha intentado con respecto a los indios selváticos. Otros “gualachíes”, más al este, “se negaron siempre a dejar penetrar españolalguno en sus tierras, y solo acudían por su interés a comerciar enunas minas de hierro que labraban los españoles de Villarrica.”Pero, al juntarse los Guaraní vecinos con los jesuítas, estos “gualachíes” decidieron seguir su ejemplo, tal vez por miedo de seracosados por sus enemigos, fortalecidos ahora por la alianza conlos europeos. El relato del cronista jesuita sobre la conversiónque se siguió, es muy escueto, pero entre líneas deja entrever elfracaso; los indios aceptaron del misionero todo lo que les parecía racionalmente útil - “como sabía ciertas artes mecánicas y especialmente la carpintería, proveyó a los indios de instrumentosque necesitaban, lo cual agradecieron mucho”- pero en lo demáscasi no se dejaron influir; se convirtieron solamente muy pocos.“Los alimentos que le enviaban (los otros jesuítas al misionero)eran robados por los gualachíes; en un año llegaron a sus manossolamente tres quesos, y éstos porque los indios, al verlos, creyeron ser cera blanca.”Los mismos “gualachíes” convertidos hacían una clara distinción, distinción apenas comprensible por parte de los mismosmisioneros, entre conversión y sumisión: “Habían guardado toda [Página 86]
nalidad de someterlos. Los contactos esporádicos con los colonos y con los Guaraní continuaban ahora como la única formade fricción entre los Ache y el mundo exterior. No sabemos casinada sobre estos contactos; a lo más podemos suponer paralelosentre las formas ya mencionadas de contactos antes de 1767 yaquellas de después de 1865. Podemos deducir, sin embargo, concierta probabilidad, una constante histórica en el intervalo; enotras palabras: que los Ache eran perseguidos en cacerías esporádicas y que los selváticos cautivos fueron integrados a la población paraguaya como siervos. De lo que se dijo en el capítuloanterior, resulta que las relaciones entre, de un lado, los jesuítas ylos Guaraní reducidos, y del otro los selváticos, mejoraron paulatinamente durante el período colonial, llegándose a principios delsiglo XVIII a la reducción de algunos caaigua y otros indígenasdel mismo estrato cultural; y sabemos también que aborígenescada vez más numerosos de este estrato ampliaron sus relacionesde intercambio con los Guaraní cristianos. Pero este desarrolloen la dirección de una integración pacífica parece haber sufridouna interrupción brusca, probablemente por dos causas: 1) por lainvasión de los negreros paulistas, 2) por el fin del control jesuítico sobre la población reducida. La mayoría de los indígenasselváticos y “arcaicos” llevados a las reducciones, es de suponerque, antes de su integración total, fue deportada, masacrada, odispersada por los negreros.Lo que las fuentes del siglo XIX cuentan, no de los Ache perosí de los Guaraní monteses que se encontraban en situación análoga, indica desde el comienzo del siglo XIX un empeoramientode las relaciones entre la población campesina paraguaya y losindios monteses aún en libertad, entre los cuales podemos contartambién a los Ache. Rengger escribe sobre los “Guaraní salvajes”(probablemente los Mbya): “Se los veía antes visitar con bastante frecuencia los lugares habitados por los criollos, para trocarcera, goma y plumas por agujas, cuchillos, hachas, bagatelas devidrio de colores o por un poncho. Pero estas visitas que hacíana Yhu, Villarrica, etc., tornábase cada vez. más raras, sobre tododespués de la revolución.” La descripción, que el autor citado daa continuación, de estos indios, deja manifiesta la problemáticasituación económica de éstos: de un lado estaban ya acostumbra dos a ciertas mercaderías europeas; por ejemplo, ya cultivabansus rozados con la ayuda de herramientas de hierro; de otro lado,el deterioro de las relaciones con los blancos les dificultaba elobtener dichas mercaderías. El que ha visitado a indígenas ennuestros días, y ahora lee el relato de Rengger, reconoce las mismas dificultades psicológicas para una estadía entre los indígenas; esa desconfianza frente al blanco y ese esfuerzo por obtenersus bienes por medio de las buenas relaciones con él, dificultalas relaciones humanas. Rengger menciona varios esfuerzos delos selváticos por obtener las mercaderías europeas necesitadas:oferta de productos silvestres, oferta de criaturas para la venta(o sea, secuestro de criaturas de vecinos para venderlas). Indirectamente, el relato muestra también la necesidad que sentía lasociedad paraguaya vecina, de productos silvestres, de mano deobra indígena, y de criaturas indígenas [Páginas 88 e 89] | |
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